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Una mirada atrás…

Sócrates Mckinney.
Estilista, crítico de modas y asesor de imagen

Algo mágico deben tener las coordenadas 18.7357 grados norte y 70.1627 grados oeste, para producir un país lleno de tanta creatividad. Muchos foráneos lo atribuyen a la luz intensa del sol que genera vibrantes colores en su naturaleza, otros hablan de su mezcla sanguínea donde se han cruzado razas tan disímiles para dar como resultado un genotipo hermoso y hasta hace unos años poco valorado por nosotros mismos; y hay quien que se atreve a decir que todo se debe a la simple condición de isleños. Si fuera un examen de selección múltiple marcaría la última casilla: todas las anteriores. El Caribe es una región pródiga en muchos aspectos, más allá de sus bellezas naturales. República Dominicana, que comparte la Isla de la Hispaniola con Haití, no esta exenta de portar estos beneficios.

En su proceso histórico, matizado por el efecto yo-yo entre las potencias coloniales de España y Francia, por la llegada de esclavos africanos y por la extinción de sus aborígenes, la cosmovisión del «dominicano» se fue forjando más con una mirada hacia el Viejo Continente que hacia nosotros como habitantes de una región idílica común. Lo que parece hacer sentido si vemos que hasta bien entrado el siglo XX, el consumidor de alta moda en la República Dominicana y sus principales ciudades, especialmente los puertos como San Pedro de Macorís, Puerto Plata y Santo Domingo, importaba sus prendas desde las grandes capitales europeas. Con la llegada de la migración del medio-oriente y la española de la post guerra, la importación de los insumos de moda dio pie a la proliferación de valorados talleres de costura, cuyas modistas recreaban mayormente los patrones de las revistas del tema que ya llegaban escasamente al país y las sugerencias de su clientela que viajaba al viejo continente. Esta mirada hacia el Este trajo, además, la posibilidad a muchos jóvenes, descendientes de europeos unos y de cierta afluencia económica otros, de viajar allá para continuar su formación académica dada la limitada oferta de las casas de estudios, entre las cuales la carrera de Diseño de Modas obviamente no existía. En este perfil y coyuntura está definitivamente incluido Oscar Arístides Renta Fiallo; un joven que encontraba pocas oportunidades de ampliar su repertorio en la limitada sociedad de su ciudad. Oscar, junto a varios otros, se convertiría además en contacto ideal para los recién llegados, abriéndoles las puertas y muchas veces ayudándoles económicamente a empezar en esas lejanas tierras.

Este gusto por lo internacional fue reafirmado por la opulencia de la tiranía trujillista en la primera mitad del siglo XX. Sus grandes galas, donde los abrigos de visón, guantes y frac era el código de vestimenta, marcaron la admiración de los dominicanos hacia los patrones impuestos por las grandes firmas de moda internacional, especialmente europea y como consecuencia, la sobrevaloración de lo exclusivo.

El retorno de muchos de estos cerebros y manos trajo progreso y apertura en las ideas a una sociedad que ya había visto nacer un movimiento artístico-cultural impulsado por inmigrantes españoles llegados a partir de 1939; una sociedad que ya comenzaba a demandar de manera menos exclusiva una moda acorde con la creciente y variada actividad social.

En la parte académica, la República Dominicana consolida su posición de liderazgo regional cuando en 1983 es fundada la Escuela de Diseño de Altos de Chavón, un filial de Parsons School of Design de New York. Como bien planteó Oscar de la Renta en una entrevista realizada en 1996: «Hay tantos estudiantes con interés en la moda y en el diseño en el área del Caribe y de América Central que no tienen acceso a escuelas. Yo encuentro que (Altos de Chavón) la escuela es estupenda porque les da a los estudiantes lo que necesitan para eventualmente ser un gran profesional. Altos de Chavón prepara muy bien a todos sus estudiantes».

Hasta entrado el nuevo milenio, la mayoría de sus egresados emigraban, ya que el plan de estudios de la escuela era completado en Nueva York, la Parsons School of Design. Muchos de estos estudiantes, favorecidos por su encomiable programa de becas, junto a otros que podían costearlo, terminaron trabajando para importantes firmas de la Gran Manzana.

Oscar de la Renta fue también un mentor. Los mentores son cruciales en la moda, y esas relaciones de tutor y alumno existen en todos los segmentos de la industria. Desde el diseño y la fabricación hasta las ventas y la tecnología, Oscar colaboró con el avance de la industria y el de muchos jóvenes diseñadores que se acercaron a él. A estos últimos ofreció orientación profesional, experiencia y visibilidad.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo, la más antigua del Nuevo Mundo fundada en 1538, desde su Escuela de Diseño Industrial y Modas lanza su licenciatura en Artes Industriales, mención Diseño de Modas, en el año 2000.  Se unía a la misma corriente de graduar profesionales sin un recipiente que los pudiera absorber y sin una plataforma que los pudiera proyectar. En el 2006 incluye esta carrera en su filial de Santiago de los Caballeros. Allí ya funcionaba desde hacia varias décadas la Academia de Alta Costura Irina Modestil creada por la señora Irina de Fernández. En 1984 su nombre fue cambiado a Centro de Artes Laié.  Este centro educativo aún se esfuerza por mantener viva la gran tradición de la buena costura de las modistas del Cibao.

En este panorama se desarrollaba la moda hecha en la República Dominicana hasta entrada la década del 2000. Pocas boutiques de diseñador lograron establecerse por mucho tiempo con éxito en el país: Oscar de la Renta, el colectivo Nukleo, Marcio Peña, el dueto Gutiérrez-Marcano, Jenny Polanco e Iris Guaba por mencionar algunos intentos en la ciudad de Santo Domingo.

En este mismo plano, el mundo de la alta moda dominicana sigue estando circunscrito a la industria de la «ropa a la medida», donde destacados diseñadores de modas con largas trayectorias, han logrado construir su nombre y su clientela con una estabilidad económica que le permite operar su propio taller y convertirse en figuras de referencia para las nuevas generaciones.

Esta modalidad de negociar la moda se reparte hasta estos días con celo. Una exclusiva y muy reducida clientela demanda estar a la altura de las grandes pasarelas internacionales. El precio de importación de insumos dirige esta producción hacia un grupo de altos ingresos económicos, ya que el costo de estos trajes acabados supera muchas veces a piezas similares de grandes nombres de la moda internacional. La supervivencia de esta modalidad está fundamentada en la relación personal cliente-diseñador, la cual ese apega a la tradición generacional de la experiencia lujosa coserse a la medida.

Llegada la década de los ochenta y de manera orgánica se articulaba en Santo Domingo una temporada de desfiles de modas, la cual se extendía de septiembre a primeros de diciembre, previo a la temporada navideña. Estos desfiles eran producidos y financiados por organizaciones sin fines de lucro, que hacían una asociación de marca con un diseñador, generalmente los mejores posicionados y los de mayor clientela. Otros eventos puntuales también se daban cita, como Pasarela Rosa, de la Asociación Dominicana de Cronistas Sociales.

Es importante mencionar el impacto de Oscar en el campo de la filantropía en nuestro país, República Dominicana. A raíz de su partida, Hillary y Bill Clinton dijeron que «su legado de filantropía se extendió desde los niños de su país de origen que ahora tienen acceso a la educación y la atención médica, hasta algunos de los mejores artistas de Nueva York cuya creatividad se ha mantenido gracias a su apoyo». De esta manera eran usuales y esperados los desfiles de Oscar en beneficio de múltiples instituciones e iniciativas, compromiso que queda patente hasta después de partir cuando la Fundación Grupo Puntacana inaugura Centro de Atención Pediátrica Oscar de la Renta.

Sin embargo, la historia de la moda en la República Dominicana tiene un punto de inflexión en el año 2006 con el nacimiento de DominicanaModa. Bajo la dirección de Mirka Morales, Fidel López y Sócrates Mckinney, viene a satisfacer la necesidad de un espacio de visibilidad local e internacional para la industria de la moda en la República Dominicana. Ya para su segunda edición crea la plataforma de diseñador emergente, un paso decisivo e influyente en el desarrollo del nuevo diseño dominicano, al abrir el espectro a proyectos más conceptuales y vanguardistas. Durante los años celebración del evento, DominicanaModa ha lanzado al ruedo local más de treinta nuevos valores de la moda, quienes junto a las figuras establecidas han comenzado a posicionar la moda dominicana regionalmente. Su evento de cierre ha sido visitado por diseñadores de talla mundial como Jean Paul Gaultier, Elie Saab, Carolina Herrera, Naeem Khan, Agatha Ruiz de la Prada, y por su puesto, Oscar de la Renta.

La presencia de Don Oscar, primero como anfitrión de Carolina Herrera y el dueto Marchesa, y luego con el honor de haber presentado en las pasarelas de DominicanaModa su primero y único desfile retrospectivo hasta el momento, reafirma su compromiso con el desarrollo de la industria de la moda en la República Dominicana.

Bajo esta panorámica, buscar un hilo conductor en la moda hecha en la República Dominicana parece una tarea profunda. Primero, la mirada hacia Europa de las clases pudientes ahora rivaliza con la mirada al norte de la clase trabajadora, producto de la fuerte influencia que generan los millares de dominicanos que viven en los Estados Unidos, cuyo poder económico es ejercido por las remesas y sus viajes al país con las «últimas tendencias» en su vestir.  Además, es imposible no contaminarse de las corrientes mundiales con la accesibilidad inmediata que nos dan las redes sociales y los medios de comunicación digitales.

No encontrar referentes comunes entre nuestros diseñadores como la sensualidad, el no temor al color y los reflejos de nuestro pasado colonial sería estar ciego. Sin embargo, la moda es más compleja en su fondo; es una actitud frente a la vida. Así, Oscar de la Renta impuso en el ruedo mundial los colores, los olores, las texturas, el romanticismo de su mar Caribe; un Caribe mezclado y catalizado con su pasión por el arte y la cultura. En ese mismo asidero encontramos diseñadores dominicanos que ven en él, el impulso a seguir, el asidero para no tirar la toalla. Él enseñó que para llegar hay que trabajar lo que tú conoces más que nadie, tu «yo soy», tu identidad. Dejó plasmado en sus colecciones que no importa de dónde haya venido la inspiración, siempre fue analizada a través de los ojos de una persona que creció y vivió en esta isla. Él llevó su Caribe donde no había Caribe y eso lo hizo diferente: eso lo hizo trascender.

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